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PÍCAROS Y CABALLEROS

EN 

EL SIGLO DE ORO

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¿De qué trata esta sala?

Avanzamos poco más de un siglo después para adentrarnos en las nuevas figuras que surgen en la Literatura Española. Estamos ya al inicio del Siglo XVII (aunque podemos englobar, también, gran parte del Siglo XVI). Llega un nuevo estilo artístico, el barroco, con grandes pintores y artistas dispuestos a impresionar al mundo, pero sobre todo, nacen dos ‘prototipos’ de personajes que, incluso hoy día, siguen existiendo en muchos de nosotros: el pícaro y el caballero.

El Barroco no sería más que una continuación al Siglo de Oro de las letras españolas, pero en especial significaría la época de mayor auge de la pintura. A pesar de una crisis general que afectó a España en buena medida, la cantidad, calidad y originalidad de las obras pictóricas que produjo sitúan a esta época en lo más alto. Y es, que pensemos en nombres como los de Velázquez, Zurbarán, Murillo, Alonso Cano, José de Ribera o Juan de Valdés Leal, todos ellos bastiones de una generación brillante que elevaría el nivel, más si cabe, de las artes españolas.

La literatura de la época no se quedó atrás. El Barroco fue la época de nacimiento de dos personajes característicos de nuestra literatura: los pícaros y los caballeros. Dos ideales distintos, completamente enfrentados: un personaje que hará cualquier cosa por sobrevivir, sin ningún tipo de principio moral o ética; en el otro lado, un personaje que se entrega a una causa y la defiende a muerte, por muy perjudicial que pueda ser, y siempre con respeto, honor y valor.

Niños comiendo uvas y un melón

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Murillo (1646)

Encontrarte a los pícaros de la manera en la que Murillo los retrata no sería algo sorprendente: tirados en la calle, aprovechándose de cualquier resto de comida tirados allí (o, incluso peor: restos de comida robados de cualquier amo con el que hayan estado antes). Y es que los pícaros eran personajes que encarnaban un rol de anti-heróe; destacaban por sus fechorías (tales como robar, mentir, ser infiel…), que nos son contadas como hazañas y que, sin embargo, llevan implícito un contexto negativo. Normalmente los pícaros suelen provenir de un lugar real (aldeas o pueblos, especialmente). Otro valor que encarnan es el de la deshonra.

El pícaro nace de un valor muy español: la desconfianza, la denuncia de un sistema poco igualitario (desigualdades económicas y sociales). Por eso, en cierto modo, no le es importante ser honrado o no: se siente impotente ante las autoridades, y prefiere burlarlas. Esto se refleja perfectamente en un fragmento de ‘La vida del pícaro de Guzmán de Alfarache’, uno de los ejemplos de novela picaresca de la época:

"¿Quién ha de creer haya en el mundo juez tan malo... que rompa la ley...? Bien que por allí dicen algunos... [que] en comenzándose a corromper, quedan para siempre dañados con el mal uso y así recibir como si fuesen gajes, de manera que no guardan justicia; disimulan con los ladrones, porque les contribuyen con las primicias de lo que roban; tienen ganado el favor y perdido el temor, tanto el mercader como el regatón, y con aquello cada uno tiene su ángel de guarda comprado por su dinero..."

Sin embargo, la novela picaresca por excelencia no es otra que la del Lazarillo de Tormes, la epítome de lo que significa este personaje (el pícaro) que, además, sufre una evolución durante la novela: le vemos confiado ante las bondades de su amo al inicio, sin embargo, tras una serie de desencuentros y circunstancias se vuelve todo un pícaro.


De hecho, durante la novela vemos cómo no tiene aliados, es traicionado por casi todos sus amos, siente vergüenza por el trabajo de su madre, etc. Varias circunstancias que lo llevarán a no confiar en nadie y que llevarán a vivir para subsistir.

Joven mendigo

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Murillo (1650, Museo del Louvre)

LÁZARO Y EL CIEGO

Un famoso pasaje del Lazarillo, que muestra el intercambio de tretas y ardides entre el protagonista y su amo, un ciego al que conduce y ayuda:

Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino, cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados, y tornábale a su lugar. Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así atrajese a sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su jarro entre las piernas y tapábale con la mano, y así bebía seguro.

Yo, que estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente, con una delgada tortilla de cera, taparlo. Y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor de ella, luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota que se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.

-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano.

Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.

Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que ahora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con todas sus fuerzas alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

Fue tal el golpecillo que me desatinó y sacó el sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego y, aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose decía:

-¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

Pero por supuesto, no toda la literatura española del Barroco giraría en torno la figura de un personaje: tenemos su total opuesto en la figura del ideal caballeresco. Los caballeros eran personajes que luchaban por unos ideales muy marcados y que llevaban a muerte. En contraposición con los valores negativos de los pícaros, los caballeros destacan por estar llenos de amor, bondad, fidelidad o lealtad: de hecho, la mayoría de ellos se entregan a una causa relacionada con estos valores (el amor a una mujer, la servidumbre a la palabra de Dios, etc). Por lo general, estos personajes suelen ser humanos y cercanos a la gente (mientras que el pícaro era altivo y, como se suele decir, ‘hacía la guerra por su cuenta’).

El sueño del caballero

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Antonio de Perera y Salgado (1655, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

Fragmento de Amadís de Gaula,

la obra más representativa de los libros de caballería

—Señor, quiero demandaros un don que no os será grave de lo dar.

—Yo lo otorgo —dijo el rey.

—Pues, señor, mandad a Oriana que antes que sea hora de comer pruebe el arco encantado de los leales amadores y la cámara defendida que hasta aquí con su gran tristeza nunca con ella acabar se pudo por mucho que ha sido por nosotros suplicada y rogada, que yo fío tanto en su lealtad y en su gran beldad que allí donde ha más de cien años que nunca mujer, por extremada que de las otras fuese, pudo entrar, entrará ella sin ningún detenimiento, porque yo vi a Grimanesa en tanta perfección como si viva fuese donde está hecha por gran arte con su marido Apolidón, su gran hermosura no iguala con la de Oriana, y en aquella cámara tan defendida a todas se hará la fiesta de nuestras bodas.

El rey le dijo:

—Buen hijo señor, liviano es a mi cumplir lo que pedís, mas he recelo que con ella pongamos alguna turbación en esta fiesta, porque muchas veces acontece y todas las más la grande afición de la voluntad engañar los ojos que juzgan lo contrario de lo que es, y así podría acaecer a vos con mi hija Oriana.

—No tengáis cuidado de eso —dijo Amadís—, que mi corazón me dice que así como lo digo se cumplirá.

—Pues así os place, así sea —dijo el rey.

Amadís de Gaula es la novela por antonomasia de este género. Cumple a la perfección con casi todos los puntos que caracterizan a estas novelas: la historia se sitúa en un lugar ficticio, el caballero Amadís está entregado a la causa de su amada y la servidumbre a Dios (y a un rey), y realiza hazañas que consisten en rescatar a la princesa (Oriana), utilizando siempre el ideal caballeresco para llevarlas a cabo y acercándose con mucha frecuencia a pobres y necesitados

Por otro lado, en esta sala no podía faltar una mención el personaje más singular de esta época, que no es otro que El Quijote. El Quijote era, realmente, todo un caballero, pero el resultado de la obra es tan singular que deberíamos encasillarlo aparte: todas sus hazañas acaban de manera catastrófica. ¿En qué aspectos se asemeja al ideal caballeresco de, por ejemplo, Amadís de Gaula? También se ‘lucra’ a una causa, que no es otra que conseguir el amor de su amada, Dulcinea, y aspira a hacer obras positivas para con los más desfavorecidos. A su lado, su fiel aliado Sanchopanza. Sin embargo, una mezcla de aspectos hacen que se acabe volviendo loco: el fracaso de todas sus hazañas, sus ideas fuera de lo común o el no distinguir la ficción de la realidad. Así pues, podemos concluir con que el tratamiento burlesco del ideal caballeresco, esa manera tan peculiar de satirizarlo que realiza Miguel de Cervantes es el mayor arma para explicar el éxito que ha cosechado esta novela.

¿Cómo curiosidad?

Las citas y frases más famosas de El Quijote

‘Señor, una golondrina no hace viento.’ - Parte 1, Capítulo 13.

‘Cada uno es como Dios le hizo y aun peor muchas veces.’ - Parte 2, Capítulo 4.

‘La mejor salsa del mundo es la hambre.’ - Parte 2, Capítulo 5.

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres". - Parte 2, Capítulo 58.

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